LA CAÍDA DE ÍCARO, Jacob Peter (óleo sobre lienzo) 1636

EL NARRADOR DE CUENTOS, Inglaterra

DÉDALO E ÍCARO, Charles le Brun (óleo sobre lienzo) 1642
Obra que capta el momento en el que Dédalo construye a su hijo Ícaro las alas. Pintado por Charles le Brun (1619-1690). Podemos apreciar la torpeza de Ícaro y la delicadeza de Dédalo.
ÍCARO, Raquel Forner (pintura) 1944
Profundos, ásperos, inquietantes, esos dos ojos se pierden en la lejanía como atravesando el alba que da tiempo y espacio a su rostro mutilado: cada uno de ellos es una noche en un rostro que no parece formar parte de ninguna cabeza, como si fuese más bien una máscara, una cara sin otro fondo que esos ojos. La frente rasgada por las ramas cercanas que se confunden con los breves jirones de cabellos, las cejas despojadas y la palidez terrible de la piel no hacen más que incrementar la atención sobre la mirada, sobre ese sitio de la construcción pictórica en que el espectador se refugia por primera vez para iniciar un recorrido desde allí por el resto de los colores, imágenes y manchas. No se trata, creo, del punctum, según lo entiende Barthes, de aquello que punza y provoca dolor o goce, de aquello que sale al encuentro del spectator –a ello me referiré más adelante–, sino de un anclaje necesario para comenzar una búsqueda de sentido, algo así como una referencia ante cualquier extravío del ojo que ve. Gigante y destacado en cuanto a su tratamiento material y espacial, este rostro y esos ojos funcionan, sin duda, como el pilar en que se sostiene la obra.
En los epígrafes del trabajo se oyen dos voces desbordadas ante una visión: el yo–lírico del poema de Alejandra Pizarnik se encuentra de repente lleno de muertos y “palabras crispadas”; Raquel Forner se descubre, “sin proponérselo”, en medio de acontecimientos que dieron vida a sus obras. Igual de desbordado me encuentro ante el cuadro en cuestión, esos ojos del primer párrafo (el punto de partida) no bastan para dar cuerpo a estas páginas, pero Forner ofrece un dato inestimable, un título: “Ícaro”. Así, anclado en esa primera mirada de la máscara y sostenido por el gentil paratexto me dispongo al abordaje de la mencionada obra.
-Julián Fiscina.
DÉDALO E ÍCARO: EL FUTURO DE LA CIENCIA, Haldane J.B.S y Russel, Bertrand

En 1923, mientras Europa trataba de restañar las profundas heridas causadas por la todavía reciente Gran Guerra, el bioquímico John B. S. Haldane recogió sus reflexiones acerca del valor de la ciencia y de la tecnología aplicadas al desarrollo de la sociedad en un ensayo titulado Dédalo o la ciencia y el futuro. Su obra, tan irónica como optimista, y que abordaba temas tan fascinantes como la relación entre arte y ciencia o entre moral y progreso, fue contestada por el filósofo Bertrand Russell en su opúsculo Ícaro o el futuro de la ciencia, texto acaso más escéptico que el de su interlocutor, pero no menos fecundo en sus implicaciones epistemológicas. Transcurridos más de ochenta años desde la polémica entre dos de los mejores cerebros del siglo XX, muchos de los contenidos del debate permanecen de plena actualidad. Así, un lector atento podrá rastrear en las páginas del presente volumen asuntos de tal vigencia como la ingeniería genética o la biomedicina, sin olvidar las siempre problemáticas relaciones existentes entre política y ciencia.
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